jueves, 26 de agosto de 2010
Para trabajar estereotipos de género
La historia de Juan y Marta
Juan trabajaba todo el día. A la mañana en una productora de seguros. A la tarde en la contaduría de una fábrica.
Juan vivía solo con su hijo de 6 años. No sabía cocinar y tampoco tenía tiempo de limpiar su casa, de asear su ropa y por sobre todas las cosas, de lo que más odiaba: fregar el baño y la cocina. Tenía que correr hasta la escuela de su hijo. Dejarle la merienda lista y, a la noche ayudarlo con sus tareas, aunque viniera cansado de su trabajo.
Los sábados o domingos encargarse de las compras de toda la semana. Cuidar del presupuesto, porque aunque ganaba bien en los dos trabajos, mucho se le iba en comprar comida hecha.
Por eso Juan empleó a Marta. Nada mejor que una mujer para tener la casa en condiciones, y el hijo bien atendido.
Marta trabajaba de ocho a dieciséis horas en la casa de Juan. Hacía las compras, dejaba la comida lista para la noche, lavaba la ropa, planchaba sábanas, toallas, pantalones, calzoncillos. Repasaba las alfombras, sacudía las cortinas, barría, ordenaba, reacomodaba, lustraba. Regaba las plantas, cuidaba del hijo de Juan.
Y estaba conforme. Juan era un buen patrón. Le pagaba el sueldo del convenio, la obra social y le aportaba para su jubilación. Pagaba su aguinaldo y sus vacaciones.
Marta estaba feliz de poder manejar su propio dinero. Pero lo que más le gustaba de su nuevo trabajo era el horario. A partir de las dieciséis horas Marta era dueña de su tiempo. Por eso pudo terminar el secundario y asistir a un taller literario. Los sábados y domingos como no trabajaba se dedicaba a escribir.
Juan también estaba conforme. Ya no tenía que pensar si había ropa limpia, o acordarse a las diez de la noche que faltaba el pan y la leche para el desayuno del día siguiente, o enloquecerse con la falta de botones y la manga descosida del guardapolvo de su hijo, detalle que siempre, siempre, notaba diez minutos antes de alcanzarlo a su escuela.
Y también Juan estaba contento, porque ahorraba dinero, aún pagándole a Marta un buen sueldo y las leyes sociales, pero ya no tenía que comprar la comida hecha, y todo en la casa se administraba mejor. Y aunque Marta no tuviera cabal conciencia, a partir de su nuevo trabajo había pasado a formar parte de la PEA (población económicamente activa) su actividad (la producción de y servicio doméstico) pasó a registrarse en las cuentas nacionales. Aparecía en los índices económicos y de producción nacional. Formaba parte del circuito económico del país.
El trabajo de Marta era una actividad VISIBLE para la economía y para la sociedad.
Pero un día MARTA y JUAN se casaron.
Marta siguió haciendo las mismas tareas. Sólo perdió dos cosas: su sueldo y su tiempo libre a partir de las 16 hs.
¡AH! Por supuesto, dejó de formar parte del circuito económico y, aunque realizaba las mismísimas tareas que antes, su trabajo se había vuelto INVISIBLE.
Equipo de Educación Sexual Integral
Extraído de la publicación del SINDICATO DE AMAS DE CASA DE LA PROVINCIA DE SANTA FE
Juan trabajaba todo el día. A la mañana en una productora de seguros. A la tarde en la contaduría de una fábrica.
Juan vivía solo con su hijo de 6 años. No sabía cocinar y tampoco tenía tiempo de limpiar su casa, de asear su ropa y por sobre todas las cosas, de lo que más odiaba: fregar el baño y la cocina. Tenía que correr hasta la escuela de su hijo. Dejarle la merienda lista y, a la noche ayudarlo con sus tareas, aunque viniera cansado de su trabajo.
Los sábados o domingos encargarse de las compras de toda la semana. Cuidar del presupuesto, porque aunque ganaba bien en los dos trabajos, mucho se le iba en comprar comida hecha.
Por eso Juan empleó a Marta. Nada mejor que una mujer para tener la casa en condiciones, y el hijo bien atendido.
Marta trabajaba de ocho a dieciséis horas en la casa de Juan. Hacía las compras, dejaba la comida lista para la noche, lavaba la ropa, planchaba sábanas, toallas, pantalones, calzoncillos. Repasaba las alfombras, sacudía las cortinas, barría, ordenaba, reacomodaba, lustraba. Regaba las plantas, cuidaba del hijo de Juan.
Y estaba conforme. Juan era un buen patrón. Le pagaba el sueldo del convenio, la obra social y le aportaba para su jubilación. Pagaba su aguinaldo y sus vacaciones.
Marta estaba feliz de poder manejar su propio dinero. Pero lo que más le gustaba de su nuevo trabajo era el horario. A partir de las dieciséis horas Marta era dueña de su tiempo. Por eso pudo terminar el secundario y asistir a un taller literario. Los sábados y domingos como no trabajaba se dedicaba a escribir.
Juan también estaba conforme. Ya no tenía que pensar si había ropa limpia, o acordarse a las diez de la noche que faltaba el pan y la leche para el desayuno del día siguiente, o enloquecerse con la falta de botones y la manga descosida del guardapolvo de su hijo, detalle que siempre, siempre, notaba diez minutos antes de alcanzarlo a su escuela.
Y también Juan estaba contento, porque ahorraba dinero, aún pagándole a Marta un buen sueldo y las leyes sociales, pero ya no tenía que comprar la comida hecha, y todo en la casa se administraba mejor. Y aunque Marta no tuviera cabal conciencia, a partir de su nuevo trabajo había pasado a formar parte de la PEA (población económicamente activa) su actividad (la producción de y servicio doméstico) pasó a registrarse en las cuentas nacionales. Aparecía en los índices económicos y de producción nacional. Formaba parte del circuito económico del país.
El trabajo de Marta era una actividad VISIBLE para la economía y para la sociedad.
Pero un día MARTA y JUAN se casaron.
Marta siguió haciendo las mismas tareas. Sólo perdió dos cosas: su sueldo y su tiempo libre a partir de las 16 hs.
¡AH! Por supuesto, dejó de formar parte del circuito económico y, aunque realizaba las mismísimas tareas que antes, su trabajo se había vuelto INVISIBLE.
Equipo de Educación Sexual Integral
Extraído de la publicación del SINDICATO DE AMAS DE CASA DE LA PROVINCIA DE SANTA FE
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